La creatividad es un don del que todos disfrutamos y disponemos desde que nacemos. Es esa perspectiva propia: esa intuición primaria y genuina, libre del adoctrinamiento social, que guía al niño durante los primeros años de su vida y que surge de la confianza natural con que el niño nace y con la que se acerca al mundo con curiosidad y en pleno asombro descubriéndolo y explorándolo para poder conquistar la verdad a través de sus propias vivencias y experiencias.
La creatividad es esa conexión directa y espontánea con la sabiduría divina que viene del interior de cada uno de nosotros y que fluye libremente por nuestras mentes a través de esa mirada única y especial con que cada uno enfrenta y afronta el mundo “cotidianamente”.
La creatividad nos permite plasmar de diversas formas lo que vivimos: es el pensamiento de Dios manifestado materialmente en el mundo. Es una filosofía de vida para los artistas.
La creatividad obedece a pautas que nos impulsa a mostrar esa versión única de la realidad que nos circunda: el amor, la autenticidad, la libertad, la confianza, la verdad y el coraje.
Cada niño viene al mundo puro, inocente, confiado y feliz. El ser humano confía en la vida y espera lo mejor de sus congéneres: así llegamos todos a este planeta y por eso sobrevivimos los primeros años porque son los padres el primer dios que nos recibe, acoge, sostiene y guía. Es su amor, atención, cuidados y asistencia lo que nos hace fuertes, nos nutre y nos da seguridad durante la infancia. Es la confianza en ellos como nuestros referentes y guías lo que nos permite desplegar, evitar o reprimir nuestro pensamiento y sentimiento primarios; pero de su recepción, aprobación y aceptación por parte de ellos es que “decidimos” mostrar o guardar nuestra creatividad.
Desafortunadamente los padres ya no están en casa con sus hijos, y cada vez se dejan al cuidado de terceros más temprano en la vida, lo que repercute profundamente en la psique y la sensibilidad extraordinaria con que todos los niños nacen. El amor es la fuente original de donde surgen todas las virtudes. Un niño que se siente amado vive conectado a la danza del universo en el ritmo de la energía que fluye por su cuerpo y lo recorre permanentemente; el niño la percibe en todo con cada uno de sus sentidos: la vive, la disfruta, la transmite y la comparte a través de su contacto: amor, miradas, sonrisas, palabras, juegos, movimientos, interés en todo y hacia todo lo que le rodea; pero los adultos a su cargo ciegos y narcotizados por la rutina de la vida no lo comprenden e intentan por todos los medios domesticarlo para que responda “adecuadamente” a las expectativas que la sociedad ha generado como deseables en todos y deje a un lado su autenticidad y espontaneidad porque no corresponde con lo que el entorno exige: debe someterse.
La educación aparece como el mecanismo para adoctrinar al niño en unas rutinas, normas, dogmas y pautas de conducta ajenas a sí mismo, pero a conveniencia del mundo de los adultos y son los padres los primeros encargados de subyugar al niño asfixiando sus primeras expresiones naturales. ¿Qué es lo primero que debe aprender un niño? preguntan las mamás y yo digo: “lo primero que un niño debe aprender es a amar” y ¿Cómo aprende? sintiéndose amado, atendido, respetado en su unicidad y valorado como el ser único y maravilloso que es. Pero no hay tiempo para eso …. ya no. Todo el mundo está “ocupado”.
La sociedad nos “educa” en el modelo de lo “normalizado”: de lo planeado y programado.
La educación hoy, y cada vez con más intensidad, se preocupa por los objetivos y las metas a corto, mediano y largo plazo con programas diversos elaborados por adultos expertos, muy instruidos, pero adultos más preocupados por mantener el statu quo que por alimentar las almas de estos espíritus libres con amor y alegría. Obsesionados por el poder, el control y el dinero los adultos, comenzando por los padres, programan la vida de sus hijos desde el vientre. La vida ya no transcurre de manera natural y espontánea. Ya no existe la vida familiar tranquila, amorosa, placentera, natural, espontánea. Los niños nacen ya predeterminados por la posición social de sus padres para ser médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, políticos, administradores y siguen el plan que han diseñado para ellos sus padres quienes movidos por el éxito se olvidaron de la felicidad. La vida se convierte en una carrera para lograr ser lo que viniste a ser: una persona de éxito.
Los medios de comunicación se instalaron en nuestras casas primero la radio, la televisión y el teléfono nos conectaron con el mundo; luego el cine, computador y el celular; ahora estamos inmersos en las redes sociales. Vivimos según la vida de los demás. La vida es artificial. Estamos conectados con el mundo, pero desconectados de nosotros mismos y entre nosotros como familia. No hay tiempo para compartir. La vida es una rutina, la casa un hotel. Allí encuentras todo lo que necesitas: ropa, alimento, cobijo, dinero, dispositivos, mascotas, transporte, diversión y atención. Y no se aceptan quejas ni reclamos. Pero las personas no están. Se nos olvidó que lo más importante de vivir es el vínculo afectivo, que lo esencial es el tiempo: tiempo compartido para poder ser, estar, hacer y trascender juntos.
Estamos atados a la cadena de la productividad y la competitividad donde nadie tiene tiempo, ya no hay minutos para compartir. Todo se vive a velocidad intentando hacer mil cosas al tiempo sin darnos un respiro. Todo es dosificado, medido, agendado, impuesto, ajeno. Esa es la sociedad en la que nacieron nuestros hijos: padres profesionales con agendas apretadas desde que raya el día hasta que llega la noche, niños sometidos a unas rutinas de actividades cotidianas obligadas, ajenas y controladas en las que deben lograr unas “adquisiciones” estandarizadas por las teorías pedagógicas del momento, obtener unos “resultados” preestablecidos por las estadísticas generales, obtener unas “calificaciones” basadas en unos criterios determinados por unos “docentes expertos” y cumplir sus agendas estudiantiles llenando las expectativas optimistas de sus padres porque de lo contrario no hay reconocimiento ni recompensas. Nos convertimos en una sociedad mecanizada que vive en piloto automático muriendo lenta y paulatinamente.
¿Dónde está ese niño maravilloso que llegó al mundo?
¿Educación creativa? ¿El arte en la educación? La creatividad surge cuando te sientes digno: amado, respetado, valorado, libre para ser y poder expresarte. Para ser creativo necesitas ser sensible, observador, crítico, objetivo, analítico, seguro de ti mismo, decidido. Necesitas tener tiempo, autonomía, disciplina, compromiso, recursos y libertad de acción y pensamiento. La creatividad viene de Dios. La creatividad nace de la inspiración que no es otra cosa que la conexión con la energía amorosa que fluye en el universo. La creatividad requiere paz, amor, sabiduría, luz interior, atención… en fin, poder fluir en armonía con el pensamiento de Dios. Y la pregunta crucial es: ¿Quién puede hacerlo en medio del caos y la agitación en la que vivimos actualmente?
Sobre Luz Angela Moreno Flórez
Docente en idiomas, gestora de comunidades de aprendizaje y asesora homeschool. Su pasión es la lectura y compartir su conocimiento y experiencia como madre homeschool con los demás.
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