Siempre es un gusto escribir para Repensando, en esta ocasión tratamos “El Arte y la Educación”. Hoy, en mi caso, para mirarlo desde el prisma de la filosofía. Aunque la verdad sea dicha, es un tema inagotable y más para reflexionar que nos despierta dentro de uno mismo, que de tomarlo como verdad absoluta.
Una vez echa la introducción, podríamos afrontar directamente que es el Arte, pero pienso que es más conveniente que nos fijemos de dónde proviene. Y de dónde si no qué, de copiar La Naturaleza.
Si aceptamos que El Arte se inspira en La Naturaleza, también debemos de reconocer que todo lo que produce Naturaleza no es Arte, así qué, necesitamos admitir que en La Naturaleza hay un hilo invisible pero evidente que la atraviesa e inspira lo que llamamos Arte. Busquemos ese hilo conductor preguntándonos, por ejemplo: ¿qué tiene en común “la Pavana para una infanta difunta” de Maurice Ravel, con Las Pirámides Maya de Guatemala?, cuándo sabemos que las dos cosas son Arte en estado puro. ¡Efectivamente, eso que tienen en común, es lo que usted ha pensado!, ambas creaciones son hermosas! Para ese hilo común no se me ocurre otro nombre que reconocer dentro de las creaciones a La Belleza, aunque mi espíritu clásico gusta más de llamarla La Diosa Belleza.
La Belleza atraviesa ambas obras humanas y, sin embargo, ambas creaciones no tienen nada que ver la una con la otra; ni en la forma, ni en el periodo histórico, ni en su cultura. La Belleza necesita expresarse y utiliza la naturaleza: un rostro bello, un paisaje impresionante, un caballo galopando, una historia de superación, el sonido de las marismas al amanecer con los animales despertando y las plantas abriéndose al sol. El Arte, es cuando el humano plasma La Belleza del mundo en los materiales que conoce.
La Belleza participa de un misterio insondable y de unos códigos que no tienen explicación racional y, qué son sencillos, pero cuando se quiere describir, se escapan como lo hace el agua en la mano cuando la quieres guardar, porque la Belleza es irracional. Por eso, El Arte no existe sin la Belleza. Incido, El Arte es la plasmación de la Belleza por el hombre en objetivos materiales e inmateriales como la música.
Avancemos, El Arte sin el artista no existiría y si seguimos la pista de ese misterio llamado La Belleza y que envuelve tantas cosas, reconozcamos en el artista a un sacerdote del Arte, capaz de leer en la Naturaleza para plasmarla en pinturas, esculturas, música, la geometría …. Porque es la naturaleza la que inspira al artista. Cuando Leonardo da Vinci copia la aerodinámica de los pájaros se recrea el patrón que nos traerá los aviones; cuando los constructores miran las montañas con sus cuevas aparecen los templos elevados en forma de catedrales. El artista no hace más que redescubrir la naturaleza en: la pintura, la música, la danza, la arquitectura, la literatura, la investigación histórica o científica, incluso en la tan apaleada Ciencias Sociales o Políticas. Platón consideraba que La Política era el arte de conducir a los hombres, reflejando el orden del Universo en el gobierno de una nación. La política platónica está basada en que los más aptos, los más justos, los más valientes, los más expertos, guíen y transmitan sus conocimientos a las generaciones venideras. La Belleza tiene millones de rostros y el artista la copia y trata de racionalizarla con “la técnica o ciencia del artista”.
El artista es capaz de reconocer los primigenios Arquetipos y desarrollar nuevas formas sin perder ese hilo que lo atraviesa. El arquetipo del Héroe puede ser Hércules; el de un lago en calma y los primeros rayos del día reflejado en sus aguas, su arquetipo fue el primer paisaje ignoto que vio un artista cuando las aguas se recogieron y, dieron paso a la primera tierra firme; o el de un águila surcando los cielos a la primera majestuosa ave que buscaba alimentos. Todas las formas y sonidos conocidos son hijos de los Arquetipos que solo el artista es capaz de bajar del mundo de las ideas para traérnoslos a nosotros.
Siguiendo este camino, llamémoslo descendente, desde La Belleza hasta sus últimos pasos, nos encontramos a los devotos del Arte, aquellos que la amamos y la seguimos, pero no tenemos la técnica para plasmarla. El amante de la belleza cuando descubre la belleza en una creación humana, solo puede reconocerla sí hace pareja dentro de uno con lo que uno tiene, si engarza con nuestro ser interno. En realidad, no se aprende la Belleza, si no se recuerda, porque la Belleza es un arquetipo que existe dentro de uno. Nos podemos preguntar si La Belleza se puede educar. La palabra educar viene del latín “educir”, educir significa sacar de dentro. Volvemos a la idea de que no se puede introducir la idea de la Belleza en quien no tiene su génesis dentro de uno mismo, pero si podemos rescatar la idea de Plotino cuando nos decía: que el alma era un diamante y la labor del hombre era pulirla, limpiarla para que brillara y por ende reconocer la Belleza.
En las mil formas que tiene el Arte. Muchas veces, demasiadas veces, la banalidad, la moda, se disfraza de Arte y nos preguntamos como podemos desenmascararlas. Para reconocer que es Arte y que no, tenemos que ver si lo que tenemos delante además de estar bien hecho, nos conmueve, si es atemporal, si resiste el paso de los siglos (lo hablamos antes cuando comparábamos a Ravel con las pirámides maya). El Arte nos invita a amar a la humanidad, el Arte nos hace querer ser mejores, la mejor manera de descubrir si en una obra hay Arte (dentro de la subjetividad personal de cada uno), es descubriendo lo que no es Arte.
Es momento de terminar esta exposición y mientras la escribía me ha llegado un articulito sobre el amor a los animales, concretamente sobre los perros, dónde aparece un arquetipo clásico el cual quiero compartir como colofón de muestra. Para acabar este artículo pondremos una hermosa historia entresacada de La Odisea, una pena que no sepa su autor.
ARGOS
Argos, el fiel perro de Odiseo, sigue siendo uno de los símbolos más icónicos de la lealtad en la literatura antigua.
Su historia proviene de La Odisea de Homero, un poema épico del siglo VIII a.C. que narra el largo y peligroso viaje de Odiseo mientras intenta regresar a su hogar después de la Guerra de Troya. Tras veinte años de ausencia llenos de batallas, naufragios y amenazas constantes de muerte, Odiseo finalmente regresa a Ítaca, su tierra natal, pero disfrazado. Nadie lo reconoce, ni siquiera su familia o sus amigos más cercanos. Pero hay un alma que sí lo hace.
Argos, su viejo perro, descuidado y débil, tendido sobre un montón de suciedad, lo ve desde lejos. Sus orejas se levantan, su cola se mueve débilmente. A pesar de estar demasiado débil para levantarse, encuentra la fuerza para reconocer al único por quien había esperado durante todos esos años.
Esta breve pero poderosa escena aparece en el Canto XVII de La Odisea y ha permanecido como uno de los momentos más conmovedores de toda la literatura. Argos, olvidado por todos, pero aún aferrado a la esperanza, finalmente ve a su amo una vez más. Y con ese pequeño y silencioso momento de alegría, deja ir la vida, muriendo en paz.
Es un testimonio del amor eterno de los perros: nunca olvidan, nunca dejan de esperar y nunca dejan de amar. La lealtad de Argos es intemporal, recordándonos que, incluso en las historias más antiguas, el vínculo entre humanos y perros ya se veía como algo sagrado. Para cualquiera que haya amado a un perro, esta escena toca profundamente el corazón. No se trata de grandeza ni heroísmo, sino del poder silencioso de la devoción.
Sobre José María Luque Martín
Nacido en Sevilla (España) Estudió filosofía al estilo clásico en Org. Internacional Nueva Acrópolis. Conoció el proyecto Conocimundo en primavera 2021, quedando encandilado por la personalidad de su directora Mabel Sánchez y forma de integrar las nuevas tecnologías con la Educación en Casa. Actualmente colabora en Conocimundo en "Sabiduría Andariega".
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