Cuando quedamos embarazados por primera vez pensé en mi madre, luego en mi abuela ¿Qué habían sentido ellas? ¿Qué habría de sentir yo a partir de ese momento? ¿Cuánto de aquellas maternidades habría yo de heredar en la mía? ¿Cuánto de lo consciente? ¿Cuánto de lo inconsciente?
Sentía una inmensa alegría inocente e infantil, como quien juega a la casita deseaba con todas las fuerzas de mi alma ser una madre, tener una familia, un hogar. Ser una “buena madre” y construir un hermoso hogar. Segura de que tenía a mi lado al mejor compañero posible para tal empresa me sentía radiante la mayor parte del tiempo.
Ahora que hemos pasado por este maravilloso ritual de convertirnos en padres varias veces, cinco para ser exactos, sabemos que no es posible hacerle saber a otro lo que esto significa. Podemos contar experiencias: que te cansas, que dormir es incómodo, que duelen los pechos y crecen, que todo crece, que hay peligros, que hay riesgos, náuseas, mucho sueño y que el parto duele con un dolor indescriptible. Un dolor que es como si el mundo, que es el propio cuerpo, se abriera como las aguas del mar Rojo de manera indescriptible, incomprensible, inexplicable y, aun así, posible.
Hay algo que es inefable en el proceso de hacerse padres, algo que oscila entre el miedo y el asombro. A medida que aquel primer embarazo avanzaba algo en mí y en él se fue transformando en nosotros y ese es un cambio sin retorno. Aun después de que el bebé ha salido del cuerpo de la madre nunca se vuelve a ser nuevamente totalmente individual, un solo yo como se era antes de haber concebido la vida.
Desde ese primer pensamiento con el que inicia este relato sobre ser madre, sobre la maternidad de las madres y de las abuelas, sobre nuestros ancestros, nosotros los padres empezamos a ser todos, las madres, los abuelos, las abuelas y los hijos por nacer. Así fue y ha sido con cada una de nuestras hijas y nuestro hijo. Hay algo romántico y místico porque parece que los hijos no son solo como decían los abuelos y los discursos sobre la niñez “la esperanza del futuro, la extensión de la existencia” sino sobre todo porque quisiéramos que fueran la redención de la historia familiar. Un peso de dimensiones titánicas. Una tarea que es imposible para quien haya sido hijo o hija de una familia alguna vez.
Ser padres y madres es un hecho y un proceso mucho más complejo de lo que quisiéramos aceptar. No es solo un proceso biológico, que ya es mucho decir, y no es como jugar a la casita, si así fuera qué fácil sería. La transformación espiritual es la que conlleva lo que hace de esta una tarea colosal; es la necesidad de padres e hijos de descifrar el intrincado entramado de herencias, lo que hace que no sea un juego de muñecas. Tal como afirma Mark Wolynn fundador y director del Instituto de Constelaciones Familiares en su libro traducido al español como “Este dolor no es mío” de nuestros ancestros no solo heredamos los aspectos físicos, las cadenas de ADN también contienen memorias emocionales por lo que heredamos la risa y también el dolor, la tristeza, los traumas, los miedos y luego con los años vamos asimilando las creencias y las prácticas culturales repitiendo una y otra vez las historias negadas, ignoradas, olvidadas.
Imaginemos por un momento que tenemos un ancestro víctima de un naufragio, historia que ignoramos por completo, hasta que nuestro hijo le tiene miedo al agua y bañarlo se hace una labor dolorosa e insoportable. Este es un ejemplo sencillo e incluso gracioso sobre lo que podemos heredar en silencio de personas que quizá ni siquiera llegamos a conocer. Es por esto que agradecemos hoy la posibilidad para decir que a lo largo de años de estudios y prácticas sobre educación y paternidades/maternidades felices estamos seguros de que el mejor regalo que podemos hacer a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, el mejor regalo que podemos recibir de los padres y los abuelos es una historia libre de secretos.
Es solo a través del reconocimiento y la aceptación de ese legado que los recién llegados podrán hacer vidas que trasciendan lo heredado y logren saltos evolutivos, para sí mismos, para su tribu y para la humanidad. Suerte para estas nuevas generaciones que hoy en día no se hable solo de pecado sino también de comprensión y sanación. El hecho de que hoy cosas que quizá antes no podían, ni debían ser nombrados sean pan del día quizá nos permita empezar a desatar los cabos y liberar la historia con menos vergüenza, menos juicios, menos dolor y más disposición de hacer un mejor presente y futuro para todos.
Sobre Laura y Carlos
Laura Marcela Cabeza Cifuentes
Promotora de lectura /Poeta y Escritora, Antropóloga
Magíster en Literatura, Estudios de Especialización en Psicología Transpersonal
Carlos Andrés Henao Bejarano
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