La poesía, como arte y literatura, tiene la capacidad de influir en la mente y el espíritu tanto de quienes escriben como de quienes leen. Muchos críticos y escritores consideran a la poesía como un psicólogo en sí misma. No tengo experiencia como psicólogo, algo como paciente y ocasionalmente como escritor de poesía, sin embargo, me atrevo a afirmar que esta idea tiene mucho de verdad.
Al igual que se acude a un psicólogo en busca de una perspectiva objetiva y diferente a la propia, la poesía puede cumplir ese rol. Al escribir poesía, a menudo revelamos aspectos de nosotros mismos que no éramos conscientes o describimos nuestra propia realidad de forma distinta a como lo hacemos en la vida cotidiana. De la misma manera, los lectores de poesía pueden sentirse identificados con un poema y ver reflejadas en él sus propias experiencias. Esta conexión emocional con la poesía puede llevar a una profunda comprensión de uno mismo y, en ocasiones, a un proceso de sanación personal.
La poesía se convierte así en un espacio donde podemos explorar nuestras emociones, ya sea para expresar el dolor de una pérdida personal o para reflexionar sobre las injusticias del mundo. A través de la poesía, podemos encontrar consuelo, comprensión y compañía en momentos de soledad o angustia. Tanto los poetas como los psicólogos comparten la capacidad de escuchar y guiar a las personas en su proceso de autoconocimiento. La diferencia entre ambos radica en que mientras el psicólogo recibe un entrenamiento para hacerlo y busca hacerlo objetivamente manteniéndose por encima del mundo de su paciente para realizar su trabajo, el poeta hace lo contrario, se sumerge en su mundo sin mayor entrenamiento, manteniendo una posición subjetiva ya que su paciente es el mismo.
Entonces la poesía puede servir como un diálogo introspectivo que nos lleva a comprender y aceptar nuestras propias emociones, al igual que en una sesión de terapia.
En la diversidad de temas y sentimientos que abarca la poesía, encontramos una ventana a la complejidad de la experiencia humana. La poesía nos permite explorar la nostalgia, la melancolía, el amor, la alegría y el dolor de una manera íntima y personal.
Quizá uno de los temas que tratan todos los poetas en algún momento en su obra, colocándolo en un poema, es el cómo se ven a sí mismos. Sale entonces un Walt Withman con un gran autodiagnóstico y llegando a lo que la mayoría de los psicólogos recomiendan a sus pacientes, “comience por aceptarse a sí mismo”. Lo encontramos así en su poemario Hojas de Hierba con el poema ¡Oh yo, vida!, que nos dice:
¡Oh yo, vida! de Walt Whitman
¡Oh yo, vida! Todas estas cuestiones me asaltan,
Del desfile interminable de los desleales,
De ciudades llenas de necios,
De mí mismo, que me reprocho siempre, pues,
¿Quién es más necio que yo, ni más desleal?
De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos
Despreciables, de la lucha siempre renovada,
De los malos resultados de todo, de las multitudes
Afanosas y sórdidas que me rodean,
De los años vacíos e inútiles de los demás,
Yo entrelazado con los demás,
La pregunta, ¡oh, mi yo!, la triste pregunta que
Vuelve: «¿Qué hay de bueno en todo esto?»
Y la respuesta:
«Que estás aquí, que existen la vida y la identidad,
Que prosigue el poderoso drama y que quizás
Tú contribuyes a él con tu rima».
Igualmente, al lector de poesía le sucede que muchas veces, sin estarlo buscando, encuentra un poema en el que se siente descrito. Visto con un ojo diferente a aquel con el que normalmente se mira, pero que lo siente como propio. Dicho lector, gracias a esa experiencia, normalmente regresa a la poesía, y muchas veces a ciertos poetas que siente como propios en los que encuentra experiencias que asimila con iguales a las suyas. Reconocen tanto los poetas esta influencia sobre el lector, que ya en 1923, Jorge Luis Borges hacia una dedicatoria de su primer poemario “FERVOR DE BUENOS AIRES” a los lectores diciendo.
A quien Leyere
Si las páginas de este libro consienten algún
verso feliz, perdóneme el lector la descortesía
de haberlo usurpado yo, previamente.
Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la
circunstancia de que seas tú el lector de estos
ejercicios, y yo su redactor.
Jorge Luis Borges.
Otras veces el dolor de alguna perdida nos llama a escribir sacando de nosotros ese dolor, compartiéndolo como forma de hacer nuestro proceso de aceptación o duelo. En ocasiones el dolor que vemos en nuestro entorno, que nos llega desde las noticias que recibimos del mundo, de la injusticia, la inequidad, nos pueden doler tan hondo que debemos procesarlo, sin ser del todo conscientes del mismo, es otra necesidad que sin conocerla nos acerca a la poesía. Un buen ejemplo de lo anterior es el poema OCURRE de Piedad Bonnet
OCURRE
Ocurre
que un día voy amando sin ton ni son a todos.
Al vendedor,
al ciego (le compro una estampita),
a la señora gorda, al químico y al sastre,
a todos voy amando con un amor sin bordes,
un amor de Dios manso y justo, si lo hubiera.
Pero también ocurre
que el alma, madrugada,
es como un nervio expuesto a una tenaza.
Y hay escalones falsos
y el amigo que amamos rehúye la mirada,
Caminamos sombríos
sabiendo que el mesero escupe en nuestro plato,
que el profesor calumnia a su colega
y la enfermera
maldice al desahuciado y le sonríe.
Y ocurre
que un día me conmueve la llaga del mendigo,
y extiendo mi sonrisa como un tapete nuevo
para que todos pisen
y se limpien el barro de los pies maltratados,
y la muchacha baile su vals de dos centavos,
y el cartero sacuda sus zapatos deformes.
Ocurre
que al despertarme recuerdo un amigo
que murió hace ya tiempo,
o veo llorar una mujer viajera
en el amanecer, ¡y es tan hermosa!
Y el amor se atropella, se amotina,
y voy amando a todos sin ton ni son, a todos.
En resumen, la poesía no es un psicólogo, pero puede ser una herramienta valiosa en nuestro proceso de autoexploración y autocomprensión. Tanto para los escritores como para los lectores, la poesía representa una forma de terapia emocional que nos ayuda a conectarnos con nuestra naturaleza más profunda y a encontrar consuelo en las palabras.
PRISION
Pensar que estoy aquí
es más doloroso que estarlo
porque mi pensamiento
será libre siempre
aquí en mis poemas
y mi cuerpo prisionero
aún en el vuelo de la mariposa
cuando me dirijo al sol
y sonrío a la primavera
Raúl Gómez Jattin
Sobre Rubén Darío Maffiold Dáger
Ingeniero Químico, nacido en Barrancabermeja. Desde joven funge como poeta y escribe versos y alguno que otro perdido cuento. Criado, educado y madurado en Bogotá, disfruta de una familia conformada por su esposa y tres hijos. Reside actualmente en San Gil. Desde allí ha remozado la osadía de escribir, y, con el placer de disfrutar la declamación, y la lectura de poesía con el Colectivo de Poetas Guanentá. Recientemente publico en conjunto con otros cuatro poetas del colectivo, el poemario “Acordes Poéticos” a través del cual también buscan promover el arte de pintar
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