Saturday, July 5Revista digital ISSN 2744-8754

Chat GPT: la relación entre humano y herramienta.

Los tiempos han cambiado, así como el pequeño copo de nieve, la leve vibración, o el pisón accidental desatan una avalancha, el avance tecnológico sigue impasible. Guiado por la aparentemente inviolable, la llamada “Ley de Moore”, nos lleva a extremos que bien podrían ser magia.  

  

Los humanos somos animales que se caracterizan en parte por el uso de herramientas. A lo largo de nuestra historia conocida, hemos creado y empleado herramientas que nos hacen la vida más fácil, más conveniente. Cada aspecto que se pueda facilitar, lo hacemos. ¿Con qué propósito? Sencillo: ahorrar energía. Desde el fuego para ayudarnos a digerir, pasando por las ruedas y los animales que nos ayudan a desplazarnos y llevar nuestra comida, sistemas de irrigación para darnos más vida, hasta hoy, donde la comunicación es sencilla y ha llegado a un punto donde, pronto, solo nos limitará la velocidad de la luz.  

  

Desafortunadamente para nosotros, estos avances conllevan un precio: la tecnología avanza más rápido que nuestros seres físicos. Estos milagros tecnológicos, en un mundo donde más de 4 mil millones de personas están conectadas a internet en sus bolsillos 24/7, crean una sociedad muy diferente a la que nos adaptamos por cientos de miles de años. Se estima que las sociedades de caza recolectores no superaban los 60 miembros, que habitaban mucho más que un apartamento de 20 metros cuadrados. Aunque nuestros círculos sociales no han disminuido en tamaño, el simple hecho de que en un barrio pueda haber más personas de las que es físicamente posible conocer, ciertamente genera saciedad semántica hacia el prójimo. Repetir una palabra, 20, 30 veces hace que rápidamente pierda el sentido. ¿Repetir una persona mil veces? ¿Cien mil? ¿Ocho mil millones de veces? Nuestros cerebros no se han adaptado a este cambio tan violento y desembocado. Ni siquiera podemos entender, imaginar, lo mucho que son diez mil personas, diez mil experiencias únicas e individuales, mucho menos ocho mil millones. Y este es uno de muchos cambios, aunque quizás uno que trae consigo las consecuencias más evidentes y exhaustivas de todos, positivas y negativas.  

  

Los humanos, precisamente por nuestra naturaleza animal, somos adaptables. Nadie morirá por vivir en un conjunto de apartamentos. No hay que romantizar un pasado del cual casi no quedan registros, al contrario, estoy 100 % seguro de que casi cualquier humano en la historia escogería nacer en esta época o quizá más aún en el futuro. Un gran porcentaje de la población no tiene preocupación por el hambre, las personas sin casa son tan pocas que incluso en países “pobres” como Colombia, no superan el 0.2% de la población. La decisión es clara porque una persona que no sabía si sobreviviría el invierno, tomar una apuesta donde hay un mero 8.5 % de nacer pobre y quedar en la misma situación de antes, versus un 91.5 % de mejorar inmensurablemente la situación.  

  

Eso no quiere decir que vivamos en una utopía, desafortunadamente, algo evidente cuando se vive en el mundo actual. Nuestros problemas son otros, y aunque gozamos de una calidad y duración de vida mucho mayor que hace 20.000 años, hemos hecho sacrificios para conseguirlo. Sin mencionar las incontables vidas perdidas en guerras y en nombre del progreso, o aquellos cuyas vidas se entregaron en labor manual durante los milenios, pisoteados sin una segunda mirada, olvidados completamente. Sobre esta base se construye nuestra sociedad. Puede que aquellos desafortunados ya hayan sido olvidados y, sobre todo, olvidadas, pero su legado sobrevive en nuestra sociedad, en nuestros genes y en nuestros “memes”. Los que no sufren de estas desgracias hoy, son plagados de otras: soledad, falta de propósito, indiferencia, trabajos sin sentido, los que tienen familia pasan la mayor parte de sus vidas alejados de ellos trabajando, vicios tan poderosos que nuestros ancestros no saldrían voluntariamente de un casino, un bar, o un celular con vida. Sistemas de clase sociales, políticos, culturales, económicos, que llevan a desigualdades disparatadas, absurdas y acéfalas, etc., etc. Claramente podría llenar el resto del artículo simplemente listando nuestros males. Pero oigan, al menos no morimos devorados por un tigre, ¿cierto? Diría con sinceridad que es una mejora enorme, simplemente es cuestión de perspectiva.  

  

Uno de los avances más recientes con las implicaciones más grandes, es el famoso Chat GPT, y, por extensión, la tecnología de generación procedural de contenido por inteligencia artificial (como Eleven Labs de voz y Stable Diffusion de imágenes). Estás nuevas tecnologías nos han llevado de vuelta al siglo XVIII con el afamado “Turco”; un autómata que, aparentemente, podía jugar ajedrez automáticamente. En realidad, la máquina era un disfraz, había una persona debajo de la mesa. El “Turco” no sabía jugar ajedrez. Chat GPT no “sabe” responder preguntas, lo único que sabe hacer es predecir (con alta precisión) cuál es la palabra que más posibilidades tiene de seguir basado en la anterior (o las anteriores)  

  

Así es, Chat GPT no es más que un teclado de celular que tiene el poder de una enorme base de datos y mucha capacidad de procesamiento. Es casi como el área de nuestro cerebro que produce lenguaje, pero carece del resto del cerebro. Es propenso a alucinar, a crear falsedades y ficciones, sin mencionar la generación de imágenes. Impresionante a primera vista, pero carece de realidad, de perspectiva, de imaginación, por ahora.  

  

Finalmente son herramientas para hacernos la vida más fácil, como todas las que hemos creado a lo largo de nuestra historia. Cualquier pensamiento puede convertirse en realidad en el mundo virtual, sea imagen, texto, audio, video, escultura (por medio de las impresoras 3D), canción, hasta un guion para una obra teatral.  

 

A veces es bueno desenterrar nuestras cabezas del suelo, sacar los dedos de los oídos y mirar las cosas que realmente dejarán un legado a nuestros nietos; la astronomía, la física, la biología, la química, las matemáticas. La medicina, la filosofía, la psicología, el espiritualismo. Si podemos entender mejor nuestro mundo, y a nosotros mismos, ayudados de nuestras herramientas (las cuales pueden o no ya ser parte de nuestros seres) podremos “sembrar un árbol, sabiendo que nunca nos sentaremos en su sombra”.  

La verdadera sabiduría radica en reconocer la importancia de las disciplinas que nos permiten avanzar como humanidad, aquellas que nos conectan con el cosmos y con nuestro propio ser interno. Es crucial fomentar una mentalidad que valore el conocimiento y la exploración, en lugar de la satisfacción inmediata y efímera que a menudo nos ofrecen las tecnologías contemporáneas. 

Imaginemos un futuro donde los avances científicos y filosóficos se entrelacen con el arte y la tecnología de manera armoniosa, creando un ecosistema en el que cada aspecto de la vida humana se nutra mutuamente. Un lugar donde las fronteras entre disciplinas se difuminen, permitiendo una verdadera comprensión holística de nuestra existencia. 

Así, no solo dejaremos un legado tangible a las futuras generaciones, sino también uno intangible, lleno de sabiduría, creatividad y profundo entendimiento. Un mundo en el que el conocimiento sea apreciado no solo por su utilidad práctica, sino también por su capacidad para inspirar y elevar el espíritu humano. Porque al final, la verdadera riqueza de la humanidad radica en su capacidad para soñar, explorar y crear, en armonía con el universo que la rodea. 

 

 

Sobre David Felipe Alvarado Salas

Maestro en Música. Universidad El Bosque
Intérprete, acompañante y profesor de Piano clásico

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