Como adultos, hijos de familias disfuncionales que intentando “salir adelante” se embarcaron en la propuesta social de la educación formal para los niños que recién se implantaba en nuestra sociedad proletaria; y padres de familia mayores de 50 años; llevamos en nuestro ADN toda esta formación e información político-religiosa de obediencia y sumisión al establecimiento de unas regulaciones que nos rigen y controlan el comportamiento adecuado de todos para la convivencia pacífica y armónica. Ya profesionales con una familia por la que responder y abocados a “educar” a nuestros hijos, muchos de nosotros, decidimos tomar un rumbo diferente con el fin de poder “estar y ser parte” activa y vital de los aprendizajes que tuvieran nuestros hijos al enfrentarse al descubrimiento de este mundo maravilloso y esta aventura tan interesante que es la vida.
Muy naturalmente, nos fuimos dejando llevar por el ritmo del niño, nos fuimos adaptando a sus necesidades, horarios, gustos e intereses con el fin de satisfacer todas sus necesidades básicas tanto físicas y psíquicas, como cognitivas y espirituales, en pos de ofrecerles una vida positiva, grata y feliz. Y fue así como se nos fue yendo el tiempo. Sin darnos cuenta ellos fueron creciendo sanos, fuertes, inteligentes, capaces y felices: Los dejamos SER: Que nos mostraran y demostraran quienes son. Recibimos siempre con alegría sus miradas, sus abrazos, sus besos, sus sonrisas, sus caricias, sus palabras, sus acciones; y con paciencia y atención sus malestares, dolores e incomodidades que se representaban en gritos y llantos. Los dejamos ESTAR: Conocer, participar, compartir y relacionarse con todo y con todos. Los dejamos HACER: Manipular, explorar, investigar, descubrir aquellos objetos, lugares, situaciones que les generaban interés y/o curiosidad siempre atentos a salvaguardar su integridad física y espiritual. Los dejamos SENTIR: Experimentar sus emociones de miedo, ira, tristeza, disgusto, aversión, sorpresa, alegría, siempre atentos a acogerlos, contenerlos y protegerlos. Los dejamos EXPRESAR: Representar en sonidos, palabras, dibujos, actitudes, juegos, invenciones, acciones y reacciones todo aquello que llegaba a su mente, corazón y espíritu. Los dejamos PENSAR: Aceptando y respondiendo con amabilidad y respeto sus preguntas y respuestas, sus dudas e inquietudes, sugerencias, cuestionamientos y resistencias.
No hicimos nada extraordinario, solamente quisimos estar ahí para proporcionar la presencia, compañía, tranquilidad, seguridad y confianza que todo niño necesita para arriesgarse a vivir. No fuimos capaces de irnos, de dejárselos a otros, de delegar nuestra función y misión de padres, de abandonarlos a su suerte. Así fue como descubrimos que cuando el niño tiene amor, tiempo, espacio, recursos diversos y libertad para ser él mismo, el aprendizaje significativo surge. Porque es el niño, con su energía, su sabiduría interior -intuición- y su fuerza, el motor y generador de su propio conocimiento y saber. Es el niño en el seno de su hogar y con su familia quien aprende a vivir y convivir, a amar y ser amado según el modelo que tenga de sus padres y el ejemplo que reciba de ellos en su trato para con él y con los demás. Es el niño quien decide qué, cuándo, cómo, dónde, cuánto y con quién aprende lo que le nace aprender en cada etapa del camino. Como adultos responsables a cargo, sólo tenemos que estar ahí disponibles y dispuestos, abiertos y receptivos a disfrutar, hacer y compartir de manera auténtica lo que ellos nos van proponiendo. El aprendizaje llega solo, no tienes que buscarlo, programarlo ni forzarlo, mucho menos obligarlo.
La vida no se enseña, se vivencia. La vida no se narra, se experimenta. Y eso es lo que hemos hecho. Dejarlos vivir a su tiempo, a su ritmo, a su manera. Sin horarios ni rutinas, sin expectativas ni obligaciones, sin premios ni castigos. Permitiéndoles contactar con el sol y las estrellas. Dejándoles hablar con los gusanos y las mariposas. Concediéndoles la atención necesaria para vincularnos afectiva y espiritualmente a través de la unión, comunión y comunicación genuinas en la convivencia cotidiana. Liberándolos del estrés que implica el “deber ser” y el “tener que” que tanto nos frustró y castró a nosotros en nuestra infancia.
Decidimos como padres amar incondicionalmente a estas criaturas hermosas y maravillosas que llegaron a nosotros como hijos: Abrirnos a gozar y a disfrutar de la misma manera que ellos lo hacían: A sorprendernos ante cada ser y cada cosa, y a aceptar esta etapa de nuestra vida como un regalo en la cual también pudimos volver a ser niños y recuperar la esencia que habíamos perdido al convertirnos en adultos.
Soltamos la rienda del control, de la verdad, de la razón, de la expectativa, del resultado y nos embarcamos en la aventura del disfrute, el conocimiento y el descubrimiento mutuo y conjunto, donde el tiempo desaparece y estás en tu elemento en conexión con la sabiduría infinita del universo que habita en tu interior. Nos abandonamos al éxtasis de descubrirnos vivos cada mañana para iniciar cada día una nueva aventura: ¿Qué pasará hoy? ¿Qué nos deparará la vida este día? Sin planes ni currículos, sin tareas ni evaluaciones, sin clases ni horarios, sin objetivos ni metas, sin uniformes ni meriendas, …sin rumbo: Sin miedo a vivir el presente y el futuro, siempre de vacaciones por la vida: Conociendo y conociéndonos, compartiendo y aprendiendo, creciendo y participando, fortaleciéndonos, enriqueciéndonos, amándonos y amando; transformándonos en las personas que somos hoy.
El único plan en nuestra vida es amar y ser felices. Dar lo mejor de nosotros mismos haciendo lo máximo posible que esté a nuestro alcance en cada acción que realicemos y en cada interacción que establezcamos. Y toda la vida se trata de eso. Sólo así puedes ser sano y fuerte y vivir a plenitud.
Sobre Luz Angela Moreno Flórez
Docente en idiomas, gestora de comunidades de aprendizaje y asesora homeschool. Su pasión es la lectura y compartir su conocimiento y experiencia como madre homeschool con los demás.
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