Una mañana de sábado del año 2011 me senté con mi primera hija, de tres años, para repasar con ella los trazos de las vocales. Impulsada por un deseo surgido, quizá, de la horrible frustración que había sido la escuela para mí, organicé una mesa al nivel de ella, dispuse témperas y pinceles (en caso de que ella no quisiera utilizar los dedos), hojas blancas de papel y la invité a sentarse frente a un ventanal con vista hacía los cerros orientales de la ciudad de Bogotá. Era donde vivíamos entonces.
Sobre el papel repitiendo los patrones de aprendizaje sobre los que yo misma había sido educada, le hice un punteado en lápiz que ella debía seguir para lograr las letras. Estábamos en eso, de pronto me encontré frente a la mirada profunda de este pequeño ser. Lo más parecido a un ángel que yo había visto hasta entonces. Con los ojos mirando el verde resplandeciente al otro lado de la ventana me preguntó —¿Por qué vivimos así? — La pregunta más filosófica que alguien me había planteado hasta entonces y que me dejó sin palabras.
Cuando reaccioné lo primero que pude responder fue —¿Así, cómo? —. Ella, a sus tres años, atinó a mirar por la ventana llena de rascacielos y decir: —tan lejos de los animales—. Teníamos mascotas (un perro, un gato y un hámster). Así que en mi profunda ignorancia adultocentrista solo le pedí que continuara con la actividad, mientras yo ocupaba mi tiempo en alguna cosa más, cuando eres mamá siempre hay algo que hacer.
La conversación, no obstante, se me quedó como un eco en la cabeza ¿Por qué vivimos así? siendo antropóloga la pregunta me era tremendamente cercana, podía remitirme a teorías desde Malinowski hasta Foucault, pero estaba segura que eso no era lo que la niña esperaba como respuesta. No esperaba una disertación académica sobre las teorías que daban cuenta de las formas como se habían organizado las civilizaciones hasta nuestros días. La pregunta iba a otro lugar. El cuestionamiento real para mí era ¿sí yo estaba dispuesta a ir dónde ella quería llegar?
Entonces ella estudiaba en una escuela privada de corte alternativo, a las afueras de la ciudad, razón por la cual salía a tomar la ruta a las cinco y cuarenta de la mañana en una esquina helada. Se bañaba de noche, la dejábamos en la ruta en la mañana y en la tarde, a las cinco, la ruta la dejaba frente a la casa. Llegaba dormida casi siempre, al despertar sobre las seis treinta de la tarde ya era hora de iniciar la rutina de la noche, comer, bañarla, secarle el cabello, alistar la ropa del día siguiente y así.
Entonces empecé a sentir que no la veía, que nos perdíamos. A ella y a mi esposo, que salía también muy temprano al trabajo y regresaba de noche. A veces, él ni siquiera alcanzaba a ver a la niña durante el día y a veces estaba fuera hasta una semana (normal para muchas familias hoy). Ya teníamos a la siguiente niña y esperamos a nuestro tercer bebé (una niña también). Empecé a comprender la pregunta o a interpretarla. Le conté a mi esposo y juntos empezamos a contemplar la idea de educar en casa.
Desde eso hemos pasado por muchas etapas: educación sin escuela en zona rural, educación con currículo, educación con apoyo virtual en la ciudad, incluso hemos regresado en ocasiones a la escolarización, llegando siempre a la conclusión de que el aprendizaje no lo garantiza el hecho de que el niño esté obligado por horas a estar sentado en una silla frente a un profesor y que luego éste desde su subjetividad cognitivo-afectiva de “superior” establezca un número sobre el niño. Esto quizá pueda ser considerado educación (entendida como adiestramiento), pero no garantiza, lo que para nosotros es realmente importante: el logro de habilidades integrales para el desarrollo pleno del niño(a).
Siempre retomamos esta ardua labor de educar en casa. Arduo, porque al hacerlo asumimos la responsabilidad social de que nuestros hijos lleguen dónde quieran haciendo uso de las herramientas idóneas, contemplando el hecho de que somos seres dentro una comunidad y eso pesa. Pero estamos convencidos de que el aprendizaje real es un ejercicio autónomo que se da entre el aprendiz y su deseo de saber. Creemos que en este ejercicio se establecen unos vínculos con el conocimiento como fuente de la vida, ese es el superpoder de los seres humanos.
Tenemos la capacidad de aprender y replicar ¿qué? Aquello que dé sentido a nuestra existencia en el planeta, para unos será la música, para otros la química y de allí la agricultura o la cocina. Y para muchos bajo los parámetros de la educación como competencia seguirá siendo la avaricia, la revancha, la guerra, por fortuna siempre existe la alternativa de abrirse a otras opciones.
Las posibilidades son infinitas y las formas de hacerlo también. Lo más importante para nosotros, en el camino de dar rienda suelta a los procesos de aprendizaje ha sido soltar el yugo del miedo que nos mantiene atados a la idea (irracional) pero ampliamente sujetada a las estadísticas de que las vidas exitosas son aquellas que cumplen los pasos y rigores de la escolarización tradicional. Cuando la realidad es que hay muchas vidas exitosas, que lo son porque han sido fuertemente atadas a la intención de un amoroso corazón. Se pueden citar una seria cantidad de referentes: Marie Curie, María Montessori, Gabriel García Márquez, Steve Jobs, Charles Chaplin, Mahatma Gandhi, John Lennon y Francia Márquez, entre otros.
Sobre Laura y Carlos
Laura Marcela Cabeza Cifuentes
Promotora de lectura /Poeta y Escritora, Antropóloga
Magíster en Literatura, Estudios de Especialización en Psicología Transpersonal
Carlos Andrés Henao Bejarano
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Estudios Formador Respiración Holotrópica