Me invitaron a escribir un artículo bajo el enunciado “La influencia de la transformación industrial en la educación” y en una primera instancia me propuse no escribirlo porque dicho enunciado no me inspiraba la idea de dicha influencia y no me estimulaba escribir sobre una premisa que me parece errónea, pero seguidamente consideré que debía hacerlo, precisamente para razonar por qué ese enfoque es antieducativo desde un planteamiento epistemológico y filosófico, y a ello me dispongo en las líneas que siguen a este preámbulo.
Una definición canónica de educación es la siguiente: Educación es perfeccionamiento intencional de las facultades específicamente humanas. Y ello implica a todos los aspectos de la personalidad humana desde un punto de vista integral e integrativo. Y por ello es un proceso permanente de perfeccionamiento, como proceso y finalidad.
Claro es que, si buscamos la idea de perfección necesariamente tenemos que tener en cuenta al sujeto activo de dicho proceso, que es el individuo, bien sea niño, joven o adulto, porque ese proceso no termina en la escuela, sigue a lo largo de la vida de la persona, y digo bien, de la persona, como sujeto paciente y agente de su propio proceso de perfeccionamiento. Pero estas dos notas determinantes y configurativos del proceso educacional que son los lexemas persona y el de perfeccionamiento, encierran en sí mismos en sentido y el objeto de la educación, y por eso decimos que ha de ser intencional e integral, es decir que afecta a todas las vertientes de las potencialidades humanas. Nunca se debe considerar educación desde un sentido semántico del término a visiones parciales del proceso. Y una visión parcial es no diferenciar adiestramiento, instrucción o adoctrinamiento de lo que es educación desde un planteamiento hermenéutico, es decir desde una visión profunda y casi metafísica del término.
Pero, desde la llegada de las ideas ilustradas de Voltaire y Rousseau al espacio hispánico se destruyó la idea esencial de constitución de un marco civilizatorio, existencial y comunitario del mundo hispánico, tal como se concibió en el siglo XVI por los intelectuales salmantinos guiados por una visión escolástica del descubrimiento y transmisión de los ideales cristianos de aquella obra irrepetible de la Hispanidad. Y de ahí, es decir de la influencia del luteranismo y de su aliado indeleble que es el espíritu masónico derivó la destrucción de la obra ingente de construcción de universidades humanísticas en todo el orbe hispano.
Tras la llegada de aquellas ideas tecnocráticas por antonomasia hemos arribado a la actual situación en la que la orientación de las políticas educativas va encaminada hacia un pragmatismo secularizador del concepto antropológico y teológico de la educación hacia la mera consecución de una sociedad industrial donde el ingrediente humanista brilla por su ausencia. Y la persona deja de ser persona en su idea más elevada para derivar hacia el concepto del individuo como herramienta de desarrollo económico normalmente al servicio de plutocracias que nos ve a la gente corriente como guarismos y material a emplear para el logro de sus cuentas de resultados. Y eso no es educación, es otra cosa.
Como yo soy el fruto de los buenos profesores que he tenido quiero citar algún párrafo del imprescindible libro Hacia una formación humanística¹ del catedrático Dr. D. José A. Ibáñez Martín, que en este sentido es una referencia fundamental:
Veamos lo que dice el maestro:
Quien no es libre no es despreciable, diría Spinoza: a lo más, es menospreciable. Pero, siendo libres, tenemos sobre nosotros la exigencia de la responsabilidad de nuestras acciones, que puede entenderse tan pesada, que no son pocos los que niegan la libertad intentando con ello sentirse exentos de la carga de la responsabilidad, del mérito o del demérito.
Las obligaciones para con el entendimiento […] son, fundamentalmente dos: transmitir un conjunto de conocimientos verdaderos, de modo que se luche contra los obstáculos que impiden a la inteligencia ejercer su fin propio, y tener en cuenta que tales conocimientos deben estar primariamente conectados con las dimensiones específicamente humanas y, en todo caso, provistos de la necesaria jerarquía.
Pedimos un esfuerzo. En efecto, no hay dignidad allí donde tampoco hay esfuerzo. Con todo, es evidente que ni las circunstancias sociales ni las ideológicas ayudan a reparar en la importancia del esfuerzo.
Nada se puede lograr por el camino de la utopía, sino por el esfuerzo personal. Y, sin embargo, el esfuerzo se evita con sofismas, corriendo tras placeres y distracciones, flores de un día o de un momento, cuyo destino es marchitarse, desaparecer. La privación del esfuerzo la paga el hombre a un precio mayor que el de la sangre. La degradación de su personalidad, cuando no la liquidación de la misma. Reivindiquemos una vez más el esfuerzo para conformar realmente a la persona humana.
Tres factores influyen poderosamente en la modificación de la actitud ante el trabajo. El primero es el aumento y la diversificación de los puestos de trabajo que se van estructurando de forma tal, que trabajar ya no significa tener una ocupación servil. El segundo es que la sociedad industrial abre la posibilidad no sólo de dar el mínimo de subsistencia a muchos, sino también de convertir en ricos a hombres que en otros momentos pensarían que nunca saldrían de pobres. Por último, la reflexión sobre el lugar de trabajo en la vida del hombre lleva al descubrimiento de que éste tiene una decisiva importancia en la formación de la personalidad […] Ello, no obstante, las consecuencias de estos factores no son igualmente positivas. En efecto, si antes se rechazaba al trabajo por servil, ahora ha aparecido una servidumbre más importante que, sin embargo, pasa fácilmente inadvertida: la servidumbre al dinero.
Y, por último, otra reflexión que nos ofrece: Los errores actuales son especialmente de cuatro tipos distintos. El primero es que las humanidades, fascinadas por los éxitos de las ciencias, pretenden usar un lenguaje formalizado, una metodología matemática. La desviación contraria también se da, aunqueescasas veces: que las humanidades, actuando como una ideología represiva, desprecian a las nuevas humanidades o a las ciencias, tanto en lo que puedan aportar al mundo de la cultura en general como en relación con el conocimiento del hombre en particular. En tercer lugar, nos encontramos a los cultivadores de las nuevas humanidades que en una especie de autoafirmación pretenden descalificar las humanidades como etapa precientífica, ajena al rigor, ideológica. Por último, nos encontramos a quienes se olvidan de la dimensión esencialmente contemplativa de la ciencia y la consideran como una técnica deteriorara. Sobre cada uno de estos tipos de errores debemos reflexionar.
La cultura de masas es tan inoperante como la elitista; no transforma la cotidianidad puesto que ni siquiera es en sentido propio producida por las masas, sino ofrecida a las masas; resulta una cultura pasiva, inerte, ineficaz, mecánica.
En definitiva… no debemos despreciar la dimensión integrativa de la personalidad humana. El hombre es un universo en sí mismo y encierra potencialidades múltiples. Pero esas posibilidades no se desarrollan sin un enfoque holístico. Debemos recuperar la idea del hombre renacentista, que busca su desarrollo humanístico como un proceso de perfeccionamiento integral. Si logramos recuperar esa idea de dignidad de cada ser, lograremos avanzar en una nueva civilización donde Dios no se vea excluido y el hombre esté abocado a estar hecho a su imagen. Eso es lo que entiendo yo como formación humanística. Una idea no dirigida específica y exclusivamente a la practicidad y pragmatismo derivado de concepto del valor o del precio, sino destinado a mejorar nuestras sociedades y buscar el verdadero progreso que tiene un enfoque más elevado que la mera producción industrial y sus cambios tecnológicos.
Sobre Ernesto Ladrón de Guevara López de Arbina
Participo en Conocimundo.
Ver todas las entradas de Ernesto Ladrón de Guevara López de ArbinaLa educación como ámbito conceptual de conocimiento ha sido y es el sentido existencial de mi vida. Es una misión, un objetivo por sí mismo. La base de todo lo demás, entre lo que se incluye la idea cristiana de la vida, para mí.
Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación, Máster en Diagnóstico y Orientación educativa. Profesor jubilado. Activista por la protección del menor y desertor de la política, tras varias experiencias frustrantes.
Me preocupa la deriva existencialista y nihilista actual de nuestras sociedades que nos lleva a la autodestrucción. Esto puede ser un resumen autobiográfico más allá de cosas que no tienen significado o valor. He escrito varios libros y he coparticipado en otros libros con otros autores.